Argentina, como en los tiempos de Roca

por Revista Cítrica
Fotos: Luan Colectiva Fotográfica
12 de octubre de 2022

Desde Gulumapu, al oeste de la cordillera, el periodista y escritor mapuche Pedro Cayuqueo conecta los puntos de la historia de persecución que ha sufrido su pueblo desde la conformación de los Estados nacionales y cuya lógica represiva sigue tan viva como hace siglos.

Por Pedro Cayuqueo*


A fines de agosto, en el marco de una gira de presentación de libros, pude visitar emblemáticos territorios indígenas de la actual Argentina. Y digo actual porque hace poco más de un siglo la provincia de Chubut poco y nada tenía que ver con Buenos Aires. Todo, desde la cordillera hasta la lejana costa atlántica, remitía a los pueblos originarios mapuche y tehuelche, partiendo por su rica toponimia.

Ambas naciones fueron avasalladas por el Ejército argentino en la mal llamada Campaña del Desierto (1879-1885) y sus tierras repartidas a un puñado de familias bonaerenses o bien a compañías extranjeras. Fue así como la Argentina incorporó a su soberanía nacional la Patagonia, un gigantesco territorio equivalente a la superficie de España. 

De ello trata Historia secreta mapuche 2 (Catalonia, 2022), libro de reciente publicación allende Los Andes y motivo principal de mi más reciente viaje. En sus páginas aparecen las cifras del despojo posterior a las campañas militares y también la suerte que corrieron los sobrevivientes de aquel genocidio, una verdadera “cacería de indios a pampa abierta”, como la describen cronistas e historiadores.

Las cifras de muertos y prisioneros de guerra, créanme, estremecen el alma. Muchos de estos últimos terminaron sus días en Martín García, la isla presidio ubicada en el delta del río de la Plata. Allí eran obligados a trabajar de sol a sol en las canteras de la cárcel. El empedrado de los barrios porteños de La Boca, San Telmo y Monserrat es mudo testigo de aquel cautiverio. 

Allí también, según listados obtenidos del Archivo General de la Armada (AGA), murió el “caciquillo Juan Cayuqueo”, uno de los 177 prisioneros mapuche que entre enero y junio de 1879 resultaron víctimas de la viruela. ¿Quién era ese pariente lejano? ¿De qué zona del Wallmapu su tuwün y kupalme? ¿Seguirán sus restos enterrados en la isla?

En Argentina, sin embargo, la historia oficial acusa que los mapuche son “invasores chilenos” y responsables por añadidura del exterminio de los pacíficos tehuelche, el verdadero y único pueblo indígena local según se argumenta. Es algo que todavía (mal) enseñan en las escuelas. Aquello sabemos que es falso y por partida doble.

Tanto los mapuche como los tehuelche anteceden por siglos a las dos jóvenes repúblicas sudamericanas. Son preexistentes a los Estados y así lo reconoce la propia República Argentina en el artículo 75 inciso 17 de su Constitución Nacional. Lo real es que fue el Ejército el que barrió con las jefaturas tehuelche y desarticuló su vida como pueblo nómade, a la par que hacía lo propio con los mapuche más al norte.

Consta incluso que ambos pueblos guerrearon juntos en la defensa de sus tierras. Valentín Sayweke, el último gran jefe indígena que resistió la invasión argentina, era hijo de padre mapuche y madre tehuelche. Lo mismo el lonko Modesto Inakayal, personaje histórico ineludible en Puelmapu. Dos hijos de ambas naciones.

Este cruce cultural no sólo aconteció en el siglo XIX. En mi reciente viaje pude visitar dos emblemáticas comunidades mapuche-tehuelche. Sí, dos comunidades mixtas. Una ubicada en Sierra Colorada, al sur de la bella ciudad de Trevelin, y la otra en el boquete Nahuelpan, inmediatamente en las afueras de Esquel y a los pies del cerro del mismo nombre. 

Mapuches y tehuelches fueron avasallados por el Ejército argentino en la mal llamada Campaña del Desierto (1879-1885) y sus tierras repartidas a un puñado de familias bonaerenses o bien a compañías extranjeras. Fue así como la Argentina incorporó a su soberanía nacional la Patagonia, un gigantesco territorio equivalente a la superficie de España.

Allí, en una gran reserva de “tierras fiscales”, fueron radicadas en 1908 decenas de familias mapuche-tehuelche sobrevivientes de aquella guerra infame. Poco les duró la tranquilidad: un violento desalojo propiciado por estancieros y corruptas autoridades locales les arrebató parte significativa de sus tierras en 1937. Desde entonces luchan por recuperar lo robado, me relató el lonko Ángel Quilaqueo.

Lo visité en su casa y charlamos largamente. Lo acompañaban sus jóvenes werkenes y kona, lúcidos y elocuentes miembros de un lof que, pese a todo, pareciera florecer como la primavera con cada nueva generación. Demandar al Estado por los hechos de 1937 asoma en el horizonte de sus luchas. Documentos y respaldos históricos los avalan, me dicen.

Pero tenían, mucho más próximo, otro desafío: sortear la audiencia judicial que al día siguiente los tendría como imputados en el Tribunal de Esquel, acusados de “usurpación” por la empresaria local María Elena Paggi, actual “propietaria” de uno de los lotes usurpados a sus abuelos. Ella, me cuentan, suele bloquear a las familias el acceso a sus tierras de pastoreo. La victimaria posando de víctima ante una Justicia que en la zona no es ciega ni imparcial.

Por si no bastara, relata el lonko Quilaqueo, hoy deben lidiar además con la contaminación del basural municipal de Esquel instalado al borde de sus tierras. Visitamos la zona junto al peñi Felipe Suárez y la ñaña Margarita Antieco. Nos acompaña la abogada Sonia Ivanoff, quien representa al lof ante la justicia de los winkas.

La escena y, sobre todo, el contraste resultan impactantes. Por un lado, el majestuoso y bello cerro Nahuelpan con sus laderas rebosantes de nieve, silente testigo de la historia del lof, y por otro, los campos plagados de bolsas plásticas y basura que el viento patagónico se ha encargado de esparcir kilómetros a la redonda. El viento y la negligencia de la planta de residuos, me aclara Ivanoff. Décadas lleva el basural contaminando tierras y napas subterráneas, comenta. Son los costos del progreso winka, me dirá la ñaña Antieco en nuestro viaje de regreso a Esquel.

Usurpación a lo largo de la historia y atropellos que persisten. También una feroz persecución penal contra aquellos mapuche que decididos están a recuperar algo más que la memoria. Es una historia que se repite calcada en varias provincias del sur argentino.

La semana pasada el desalojo policial de una recuperación de tierras en Villa Mascardi culminó con siete mujeres mapuche detenidas y cuatro de ellas trasladadas al Servicio Penitenciario Federal en Ezeiza ¡a 1.500 kilómetros de sus familias! Una quinta, por presentar un embarazo riesgoso, permanece bajo custodia en el Hospital Zonal de Bariloche. Todas son parte de la comunidad Lafken Winkul Mapu, de activa lucha por las tierras en la vecina provincia de Río Negro. 

Más de doscientos efectivos policiales del “Comando Unificado de Fuerzas de Seguridad” actuaron en el operativo. Éste fue creado por el Gobierno Nacional y su estreno tuvo lugar en Villa Mascardi. Lo sucedido llevó a la renuncia de la primera ministra de la Mujer en la historia argentina, Elizabeth Gómez Alcorta. “Los hechos desatados me resultan incompatibles con los valores que defiendo”, esgrimió a modo de protesta. La Ética, tan escasa.

Ya lo relaté al comienzo de esta crónica. En tiempos del general Julio Argentino Roca era usual que los prisioneros mapuche fueran enviados a presidios y cuarteles de Buenos Aires, lejos, muy lejos de sus familias y comunidades. Allí los esperaba el encierro, el trabajo forzado y la soledad de una muerte en el destierro. Es a todas luces una vieja práctica que persiste, lo mismo aquel imaginario de la "guerra contra el indio" vigente hasta nuestros días en lo profundo de la sociedad argentina. Y también en el discurso de sus élites. 

Días antes del desalojo, Patricia Bullrich, ex ministra de Seguridad de Mauricio Macri, había liderado un banderazo en Villa Mascardi en contra de lo que denominó la "violencia mapuche". "Roca volvé, no terminaste tu trabajo", rezaba una de las pancartas. "Argentina para los argentinos, fuera los indios", rezaba otra. Todo muy pacífico y dialogante, como podrán advertir.

Patricia Bullrich, líder derechista que aspira llegar a la Casa Rosada en 2023, desciende de una familia que amasó fortuna con las tierras mapuche. Adolfo Jacobo Bullrich, el patriarca del clan, fundó en 1867 la casa de remates Adolfo Bullrich y Cía., y allí se encargó de las propiedades rurales despojadas a los lonkos. “Los mejores campos del norte, libres de indios. Aprovechen la ocasión que es pichincha”, se lee en uno de sus anuncios de la época. 

“Se convirtió en el sitio por el que desfilaba el must de la aristocracia local, donde podían comprar las últimas novedades llegadas de Europa. Pero a partir de la Campaña al Desierto, el mayor negocio de la Casa Bullrich pasó a ser el remate de las tierras ganadas a los indios”, cuenta Fernando Cibeira en su libro Macristocracia (Editorial Planeta, 2017).

La faena disparó su fortuna, también su influencia social. Llegó a presidir el Banco Hipotecario y ejercer como juez de paz. Su posición privilegiada lo llevó a trabar excelente relación con el entonces presidente Roca, quien en 1898 lo nombró intendente de Buenos Aires. Hasta hoy una calle de la capital le rinde homenaje: Intendente Bullrich, en el turístico barrio Palermo. 

En tiempos del general Julio Argentino Roca era usual que los prisioneros mapuche fueran enviados a presidios y cuarteles de Buenos Aires, lejos, muy lejos de sus familias y comunidades. Es a todas luces una vieja práctica que persiste, lo mismo aquel imaginario de la "guerra contra el indio".

Adolfo Bullrich fue también el fundador de lo que hoy se conoce como shopping Patio Bullrich. Desde el año 1921, en ese imponente e histórico edificio de Buenos Aires funcionaba su famosa casa de remates. En 2015, dos de sus descendientes compartieron funciones en el Gabinete de Macri, una de ellas la actual presidenta del PRO. Ayer y hoy, influyentes en el comercio, también en la política nacional.

En 2017, en su rol de ministra, Bullrich defendió a rajatabla la actuación de Prefectura Naval tras el crimen del joven mapuche Rafael Nahuel, suceso acontecido también en Villa Mascardi. Lo mismo hizo en el caso de la desaparición de Santiago Maldonado tras la violenta carga de Gendarmería Nacional contra la Pu Lof en Resistencia de Cushamen. 

Maldonado se solidarizaba allí con los mapuche y su lucha contra la multinacional Benetton, hoy el mayor terrateniente de Argentina. Obsesionada con el terrorismo, Bullrich llegó a advertir fantasiosas conexiones de los mapuche con la extinta ETA e incluso con el terrorismo islámico. 

Huelga señalar que sus acusaciones nunca las pudo probar en tribunales. No era necesario. Le bastaba con azuzar el rentable discurso del enemigo interno, el vernáculo miedo al indio y al malón. Tal como en los tiempos de Roca. Tal como acontece en nuestros días.

*Periodista y escritor mapuche residente en Gulumapu (la tierra mapuche al oeste). Autor de la saga Historia secreta mapuche, disponible en librerías argentinas.
 

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