Ojos que no ven y corazones que sienten

por El Diario del Juicio
25 de septiembre de 2019

Acompañamos a las familias durante la inspección ocular a la Comisaría 1ª de Pergamino, donde murieron los siete pibes, asfixiados y quemados. Entre las penumbras, descubrimos el horror en carne viva. Los seis ex policías imputados no se hicieron presentes.

“Durante la dictadura cívico militar fue utilizado como centro clandestino de detención. En democracia, el 2 de marzo del 2017 ocurrió la Masacre de Pergamino donde perdieron la vida siete jóvenes de nuestra ciudad que estaban bajo custodia estatal. Fueron asesinados por el Estado. Verdad, Justicia y Memoria”, dice un cartel con tonos amarillos y negros en la fachada de la Comisaría 1ª, sobre la calle Dorrego, en el centro de una ciudad que ya luce despierta.

Lo que le sigue son los nombres y las edades de cada uno de los pibes: Federico Perrotta (22), Sergio Filiberto (27), Fernando Latorre (24), Franco Pizarro (27), John Claros (25), Alán Córdoba (18) y Juan José Cabrera (23).

“Siempre presentes, Nunca Más”, se lee en letras más chicas.

Cruzando la calle, las familias con el dolor a cuestas sostienen una bandera enorme de lucha que exige justicia y condena para los responsables. También cuelgan en las rejas de las ventanas carteles con las caras de los pibes.

Desde temprano aguardan para entrar en la Comisaría 1ª. Es el día de la inspección ocular, un pedido explícito de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), en medio del juicio que tiene a seis ex policías imputados: Alberto Donza, Alexis Eva, Brian Carrizo, Matías Giulietti, Sergio Rodas y Carolina Guevara. Ninguno de ellos se hizo presente en el lugar. 

A Silvia Rosito, mamá de Fernando Latorre, le sobra valentía: “Parece que fue ayer que estuvimos acá. Siento que mi hijo está acá conmigo. Queremos ver si hay alguna pertenencia de los chicos, es una necesidad que nosotros tenemos de caer en la realidad, de cerrar esta historia. Creo que no hemos tomado dimensión de todo lo que pasó. Lo que sí estoy segura es que no fue una tragedia: fue una masacre”.

En la celda 1, Cristina Gramajo se mantiene de pie. De pronto parece que le vuelve el alma al cuerpo: entre los restos, encuentra la bolsa con la cual solía traerle comida a su hijo.

En fila y a paso firme se nos aproxima un grupo de efectivos de la Policía Federal Argentina. Con sus escopetas, sus escudos y sus cascos forman un cordón en la entrada del edificio. De pronto, aparece el oficial mayor del Tribunal Oral en lo Criminal, Daniel Pascual. También están presentes el fiscal Néstor Mastorchio, los jueces Guillermo Burrone, Danilo Cuestas y Miguel Gáspari. Pascual informa que a la inspección ocular sólo podrán ingresar un familiar por víctima, acompañado de su abogado. Nos dice que la prensa no podrá hacer ejercicio del derecho de informar, que luego nos compartirán los registros fotográficos. 

Por un momento sentimos que el carácter oral y público de este juicio funciona sólo a veces. Sin embargo, unos minutos después, Pascual autoriza sólo a tres periodistas a registrar lo que está sucediendo allí adentro. Una fotógrafa y un cronista de El Diario del Juicio y otro fotógrafo del diario La Opinión -un medio local-, logramos traspasar el cordón de la PFA para sumergirnos en las penumbras de la Comisaría 1ª. 

Entre los familiares que ingresaron en primera instancia –más tarde lo harían otros - estuvieron Andrea Filiberto, Alicia González, Lorena Claros, Franco Perrotta, Ludmila Díaz, Alejandra Roberto, Mariana Noguera y Flavia Gradiche. 
Mientras espera afuera, Carmenza Claros, mamá de John, se descompensa y cae desplomada. A los pocos minutos logra recomponerse. 


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Desde que ocurrió la Masacre la Comisaría 1ª permanece cerrada.

El secretario de la Fiscalía Nº3, Sebastián Labbate, se acerca a la puerta de ingreso que da a los calabozos y corta la faja de seguridad. Labbate quita los 3 candados (arriba, al medio y abajo) como la puerta no abría, debió darle una patada.

Las palpitaciones aumentan a mil por hora. No se ve casi nada, pero se siente todo.

La oscuridad se adueña de la escena. La cámara dispara y con su flash nos permite revivir el horror, dilucidar entre las penumbras el pasillo que conecta la oficina de imaginaria (a cargo de Brian Carrizo) con el resto de las celdas. 

Con su linterna, la abogada Carla Ocampo Pilla ilumina la oficina de imaginaria. Desde acá la Policía les suministraba agua a los internos. O dejaba de hacerlo, como aquel 2 de marzo cuando a los pibes se los devoró el fuego. 

En el suelo hay botellas de plástico, ojotas y más allá se alcanza a ver un pedazo de colchón calcinado. Todavía parecen escucharse los gritos de auxilio de los pibes. Todavía parece haber olor a hollín en la escena del crimen.

Les dijo que los iba a apuñalar a todos, que iba a hacer de cuenta como si se hubiesen apuñalado entre ellos, que los iba a prender fuego y que iban a morir asfixiados. ¿Y cómo murieron los chicos?: asfixiados”. 

En la celda 1, Cristina Gramajo se mantiene de pie. De pronto parece que le vuelve el alma al cuerpo: entre los restos, encuentra la bolsa con la cual solía traerle comida a su hijo. En este calabozo depositaron a los siete. Acá los sentenciaron a muerte.
“La violencia que impone la Policía es la misma que vivimos como sociedad. Ante cualquier hecho los quieren linchar en el lugar. Siempre ponen el ojo sobre la víctima y no el victimario. Hay que desnaturalizar eso. Debemos cambiar ese pensamiento de ´para que no entren y salgan, vamos a matarlos a todos´, reflexiona Cristina.

Flavia Gradiche se posiciona sobre los hechos. “Esto fue un homicidio múltiple porque los policías se quedaron en la comisaría escuchando cómo los chicos gritaban y pedían auxilio”. Y agrega: “Eva les dijo que los iba a apuñalar a todos, que iba a hacer de cuenta como si se hubiesen apuñalado entre ellos, que los iba a prender fuego y que iban a morir asfixiados. ¿Y cómo murieron los chicos?: asfixiados”. 

Flavia cuenta que el 25 de febrero vio por última vez con vida a su hijo Alan. “Lo mataron frente a mis narices. Esto es caótico: entrar acá, ver el lugar donde murió mi hijo, encontrar sus zapatillas íntegras, enteras, limpias. Encontrar los desodorantes en crema, cuando se habla de desodorantes en aerosol que podrían haber explotado”.

Nada parece tener sentido. Y a la vez todo cobra relevancia para los familiares, que depositan su esperanza en lo que pueda suceder de aquí en más en el juicio. 

Una vez finalizada la inspección ocular, aquellos que perdieron a sus seres queridos salen de la comisaría y se funden en un abrazo eterno con quienes aguardaban en la calle.

Necesitan contención y afecto para llenar el vacío y aplacar semejante dolor. Uno de ellos es Franco, hermano de Federico Perrotta. “Es un horror lo que vi ahí adentro, es inhumano".

Franco es joven y siente que las pruebas están de su lado: "Esto demuestra que a los pibes los mató la Policía, no sé qué esperan para condenarlos. Si no apagaron el incendio es porque no quisieron”, sentencia. 

 

Texto: Lautaro Romero /// Fotos: Natalia Bernades

* Esta crónica forma parte de la cobertura del Diario del Juicio a los policías responsables de la Masacre de Pergamino, una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva, Radio Presente, Cítrica y Agencia Paco Urondo. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Se actualiza diariamente en https://juicio7pergamino.blogspot.com.

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