Alentándolo a Lionel desde 2005

por Mariano Pagnucco
21 de diciembre de 2022

Una foto que fue cobrando relevancia a lo largo de los años. Un encuentro casual en Ezeiza entre dos jóvenes en formación, uno futbolista y el otro periodista, que diecisiete años después habilita reflexiones sobre el fútbol, las pasiones y la vida.

Lionel Messi sale del avión y camina por los extensos pasillos del aeropuerto de Ezeiza hasta la zona de Migraciones, donde se forma una larga fila de viajeros que esperan su turno para hacer el trámite. El crack también espera, rodeado de gente que no lo reconoce ni altera sus planes por esa presencia. Me acerco despacio a él:

–Hola, Lionel. Felicitaciones por el campeonato.

–Gracias.

Me responde sonriente y empezamos a hablar de fútbol y de la vida. Alrededor, la gente sigue ajena a Messi, que acaba de pisar suelo argentino triunfador.

La escena sería impensada en diciembre de 2022, con Messi trayendo a la Argentina la tercera Copa del Mundo, en el punto más alto de su grandiosa carrera deportiva. Sin embargo, en agosto de 2005, el encuentro que acredita esta foto que guardo desde hace diecisiete años sucedió en circunstancias muy diferentes.

Lionel venía en el mismo vuelo de Iberia que yo, procedente de Madrid. Un mes antes se había consagrado campeón del mundo en tierras holandesas con la Selección Sub-20 dirigida por Francisco Ferraro. Había tenido un Mundial inolvidable junto a Sergio “Kun” Agüero, Fernando Gago, Pablo Zabaleta y otras figuras que asomaban. Messi se había llevado el Balón de Oro por mejor jugador y también el Botín de Oro por goleador (hizo 6). 

En aquel tiempo que mi pasión futbolera estaba más encendida tenía muy fresco el campeonato ganado en Holanda y los destellos de genialidad que Lionel empezaba a regalarle al público argentino. Por eso mis felicitaciones. Pero no dejaba de ser un torneo de nicho, una atracción para los más fanáticos, algo alejado del gran público que se engancha a la tele cuando juega la Selección mayor. Además, Messi recién había firmado su primer contrato profesional en el Barcelona. La historia que ahora podemos mirar en perspectiva recién se empezaba a escribir.

La foto en cuestión está en un portarretratos en casa de mi mamá desde hace años, pero obviamente fue cobrando otro valor con el paso del tiempo, los torneos y los goles. Ahora vale una Copa del Mundo y la consagración definitiva para ese fenómeno nacido en Rosario. 

En ese momento (agosto de 2005), Lionel tenía 18 y yo 21. Ahora bromeo con que ninguno de los dos había explotado todavía. Yo estudiaba Comunicación en la UBA y Periodismo en TEA. Había renunciado al call center de un banco y con la plata ahorrada armé un viaje a las raíces: conocí la casa de mi abuelo paterno cerca de Udine, Italia, y visité a mis abuelos maternos que todavía viven en la Comunidad Valenciana, España.

Días después de nuestro encuentro en Ezeiza, Messi iba a debutar en la Selección mayor dirigida por José Pekerman. Fue el 17 de agosto, en Budapest, un partido que Argentina le ganó a Hungría 2 a 1. Hay dos datos de ese partido que ahora cobran relevancia: el más recordado es que entró a los 21 minutos del segundo tiempo (tenía la camiseta 18) y lo expulsaron un minuto y medio después; el otro es que en el campo de juego estaba Lionel Scaloni (tenía la camiseta 4).

Más allá del valor de la foto como documento, para mí tiene un sentido adicional ahora que me siento menos apasionado por el fútbol (por motivos varios que me fueron quitando el fanatismo). Lo que me hace pensar la foto, en este diciembre de 2022, es que nunca hay que perder de vista el camino, el recorrido, los pasos necesarios para construir una historia, tal vez la de la propia vida y la de los logros personales.

Aquel Lionel Messi de 18 años recién cumplidos y toda la gloria por delante accedió tímidamente a conversar unos minutos conmigo, que entre la curiosidad periodística y el gusto futbolero le hacía comentarios sobre el Mundial y sobre Barcelona. Recuerdo que también me preguntaba por mis cosas, el motivo de mi viaje. Un diálogo terrenal que hoy no podría tener con Messi, no por sus modales (está a la vista que el gen rosarino no lo ha perdido), sino porque los caminos que conducen al 10 son mucho más complejos que hace diecisiete años.

En ese entonces el periodismo era para mí un deseo, una proyección que hoy está más consolidada. Y lo que gané con el periodismo y perdí con el fanatismo futbolero en casi veinte años, también le dio un sabor especial al Mundial de Qatar. Fue el que viví más desconectado desde lo informativo (a la mayoría de los jugadores no los conocía en sus carreras porque ya no sigo frenéticamente la liga local ni los campeonatos europeos), pero también el más encendido desde lo emocional: además del componente visceral de los siete increíbles partidos de la Scaloneta, festejé junto a mi hija de dos años y también lloré junto a mi compañera, que perdió a su mamá mientras el pueblo argentino festejaba en cuartos de final haber eliminado a Países Bajos en penales.

La moraleja que me ha dejado este Mundial de una Selección que demostró ser un enorme equipo con una estrella indiscutible como Messi, y que reafirma una creencia que tenía en mis años más fanatizados, es que el fútbol tiene muchas enseñanzas para espejar con la vida. Tal vez porque la vida es eso que transcurre junto a los Mundiales. Y el registro que nos queda son las emociones. Y las fotos.
 

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