El crimen social de Vicente Ferrer

por Lautaro Romero
Fotos: Nicolás Cardello
23 de agosto de 2019

A Vicente Ferrer lo mataron a golpes un custodio y un empleado del Coto de San Telmo. ¿El motivo? Llevarse sin pagar un chocolate, un pedazo de queso y medio litro de aceite. Era jubilado y aparentemente sufría demencia senil. Un crimen que nos deshumaniza -un poco más-, y nos interpela como sociedad.

De la vida de Vicente Ferrer (68), poco se sabe: que era jubilado, vivía en San Telmo y tenía episodios de demencia

Quizás fue ese instinto “enfermo” de quebrar lo establecido por la ley, lo que impulsó a Vicente a darse el gusto de deleitarse con un sabroso chocolate, un trozo de queso y una botella de aceite, sin pagarle un centavo a una de las cadenas de supermercados con mayor fortuna del país: Coto. O quizás fue el instinto de supervivencia, el hambre de días y noches, solo en su ph de la calle Defensa, lo que terminó de convencer a Vicente que debía robar para comer algo digno.

Lo que seguramente no imaginó Vicente Ferrer, es que ese pequeño acto de rebeldía, el de guardarse algunos productos entre sus ropas, le costaría la vida.

 El viernes pasado, en la puerta del comercio ubicado en la esquina de Brasil y Perú, Gabriel Alejandro de la Rosa -vigilador privado, de 27 años-,  y Ramón Chávez –empleado de Coto, de 32 años-, interceptaron a Vicente. Según cuentan los testigos, luego de un entredicho verbal, ambos le propinaron varios golpes de puño, adentro y afuera del local. Ya en la vereda, con Vicente en el piso a punto de perder la conciencia, sin oportunidad de defenderse,  siguieron las patadas con saña, y a quemarropa

En escena aparecieron los efectivos de la Comisaría Vecinal 1 E, con claras intenciones de ocultar lo ocurrido. Aunque no pudieron con la vocación del fotógrafo Nicolás Ramos: en ese momento registró todo con su cámara, y le hizo frente al blindaje impuesto por la Policía y los medios afines a empresarios como Alfredo Coto.

 Para cuando llegó la ambulancia ya era demasiado tarde: a raíz de la paliza a sangre fría, Vicente había sufrido un traumatismo en la cabeza y posterior pérdida del conocimiento. Una transeúnte que pasaba por el lugar intentó reanimarlo. No hubo caso: Vicente ya no respiraba cuando ingresó al Hospital Argerich.

Lo que dice el custodio es que él quiso retener a Vicente por miedo a perder su trabajo. Además niega haberlo golpeado, y agrega que cuando fue a buscar a la policía, el anciano yacía en el suelo.
Por decisión del titular del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Nº 33, Darío Bonnano; Gabriel de la Rosa y Ramón Chávez permanecen detenidos, acusados de homicidio simple.

Pasó casi una semana desde que mataron a Vicente Ferrer, y  el despliegue de las fuerzas de seguridad en Brasil y Perú, hace que parezca un convoy: entre luces azules que van y vienen, la Policía de la Ciudad se moviliza en camionetas y autos con parachoques, y también  en motos, con escopetas de guerra. 

Pero acá no hay ninguna guerra.

A 50 metros, un grupo de vecinxs de San Telmo, La Boca, Constitución, la Vlla 31, Avellaneda, Berazategui y hasta La Matanza; se manifiestan pacíficamente frente a la sucursal del Coto. Y frente a cuatro agentes de la Policía, quienes custodian las puertas del hipermercado –y los miles de millones que hay adentro-, que luce un cartel de bienvenida: “precios accesibles y cuidados”.

“Basta de normalizar la violencia”, “La impunidad mata”, “Todas las vidas valen por igual”, figuran entre las consignas trae aquí esta  masa de gente –viejos, no tan viejos, jóvenes, auto convocados,  integrantes de organizaciones barriales-; que exige que haya justicia por Vicente Ferrer. 

Ulises es vecino de San Telmo, y está convencido que la lucha está en las calles porque el Gobierno tiene “la necesidad de frenar la lucha social”.  “Esto es una barbarie de todo orden: matar a una persona por robar comida demuestra la degradación social que estamos viviendo. Es socialmente inadmisible, te exacerba los ánimos, te subleva. Esto supera el hecho individual”, reconoce Ulises, con indignación. Y agrega: “Esto es consecuencia de lo que ellos han generado. El robo que le hacen a los bolsillos de los trabajadores es enorme, comparado con lo que pudo haber robado este pobre hombre”.

Osvaldo es mucho mayor que Ulises. A Osvaldo le entristece ver tantas familias con nenes chiquitos durmiendo debajo de la autopista. “Siembran violencia: Todo esto lo estimula el Gobierno”, piensa. A su lado está su compañera de vida, Susana.  “Lo que le ocurrió a Vicente está encadenado con lo que le ocurrió a Nahuel, a Maldonado, al hombre que el otro día mató la Policía de una patada en el pecho”, nos dice.  

 “Esto es una barbarie de todo orden: matar a una persona por robar comida demuestra la degradación social que estamos viviendo. Es socialmente inadmisible, te exacerba los ánimos, te subleva. Esto supera el hecho individual”.

A Vicente Ferrer lo molieron a golpes. Lo mataron en cuestión de minutos. Aunque no siempre es así. A veces el sistema te disminuye de a poco. Nuestros viejxs lo saben muy bien: coberturas médicas que son pésimas, recortes de beneficios y descuentos en PAMI que profundizan la indigencia y la miseria. 

 “El 80% de los jubilados cobra el haber mínimo, que representa un tercio de la canasta que necesitan para poder comer, para costear sus gastos de salud después de toda una vida de trabajo. Todas las decisiones arbitrarias que reformaron el haber previsional, han derrumbado el haber jubilatorio por el piso”, considera Sergio, quien con un megáfono en mano, acompaña la militancia de los Jubilados Clasistas, una organización que denuncia las injusticias que sufren los ancianos a diario.

Edda cobra 12 mil mensuales: la mínima. Vive a los saltos. No le entra en la cabeza la “insensibilidad” de la gente que vio cuando mataban a Vicente Ferrer, y no hizo nada. “Nos escapamos de la humanidad”, suelta. “Es aberrante lo que pasó, es un crimen social. Vino a darse un placer con un chocolate, un pedacito de queso y un aceite. El Estado es tan culpable como lo es Coto. Debe hacer condena para los responsables”.

“Un jubilado apretado por la miseria en la que vivía, comete un hurto. Vos entras aun supermercado, ves toda la mercadería, con la necesidad y la tentación de que no la podes comprar”, analiza Sergio. “Ningún hecho amerita el accionar criminal que ha tenido la seguridad privada de Coto. Si se ve que a una persona de la tercera edad la están moliendo a palos, la fuerza pública tiene que intervenir para salvaguardar la integridad física de esa persona”.

¿Qué te pasa por la cabeza cuando tomas la decisión de matar a alguien? Supongamos que haya cometido un hurto. Hay un acto de violencia que no responde a la realidad. La Justicia debe determinar las responsabilidades y establecer las condenas que corresponde. Si efectivamente esta persona sufría demencia senil, estamos en presencia de un homicidio agravado. Y la empresa todavía no ha salido a dar ninguna explicación, porque tener a un empleado que sale a matar, deja mucho que desear”, dice Alejandro Amor, de la Defensoría del Pueblo. 

“Ningún hecho amerita el accionar criminal que ha tenido la seguridad privada de Coto".

Quienes viven en San Telmo, cuentan que se ha convertido en un barrio con muchos contrastes. Por un lado, un sector de la sociedad “paupérrimo”, que vive en la calle o con suerte en casas tomadas. En el medio está la “clase trabajadora”, fuertemente empobrecida por el 30% de devaluación que se ve reflejado en los salarios. Y después, todo un sector de restaurantes, hoteles y supermercados como el Coto, que responden a la especulación de los negocios mobiliarios. “Han encarecido el costo de la vivienda, y al mismo tiempo expulsan a gran parte de la población trabajadora tradicional. San Telmo vive un proceso de privatización de viviendas, de suelo, producto de estas políticas de negociados que fomenta el Gobierno”, afirma Sergio.

A Ionatana le gustaría tener 20 años menos, para tener más fuerzas y que no duela tanto el cuerpo. Ella no descansa: forma parte del comedor “Levante y Anda”, que funciona en el predio ferroviario de la estación Constitución, y que organiza ollas populares para que los pibes y pibas puedan comer “un plato fortalecido y nutritivo”. “Mi vida está entregada a este servicio. Me llena el alma”, dice Ionatana, que se vino de Chile hace 25 años.

Claro que no alcanza con las migajas que les da el Gobierno. Y que cada vez los comedores se vuelven más chicos, ya que son más las personas, jóvenes, familias enteras y ancianos, que se acercan en busca de una taza de leche o un pedazo de pan. 

Uno de ellos, podría haber sido Vicente Ferrer: “Lamento no haberlo conocido, no haber podido estar ahí para darle una mano. En Constitución, Vicente es uno más de los que padecen la injusticia de este Gobierno desquiciado y enfermo hacia los más pobres. Pobreza que ellos mismos han generado. Cada vez hay más trabajadores en la calle, cada vez hay más necesidad de recurrir al otro para poder subsistir”.

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