Entre perdigones que llegaron al rostro de un nene de nueve años y la solidaridad de un merendero, las escenas de represión en el barrio Santa María, en Bernal, ponen sobre la mesa la mezcla de violencias que se vive en los barrios más postergados del conurbano. El Estado no lleva alimentos a los comedores, pero sí balas.
“Gracias a Dios no llegó uno de los tiros a los ojos de mi hijo”, dice Julio Lazarte. Su hijo, Julito, recibió seis perdigones en el rostro luego de que la Unidad Táctica de Operaciones Inmediatas (UTOI), dependiente del Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, reprimiera frente a su casa. Por nada, por ningún crimen, por deporte. En el barrio conocido como Santa María, en Bernal, se siente seguido las requisas a los vecinos por parte de las Fuerzas de Seguridad.
“Yo estaba en la vereda de mi casa conversando con mi primo cuando unos oficiales se acercaron”, contó Julio. La secuencia fue en la calle Formosa, entre la 172 y 173, justo al lado del merendero del Polo Obrero, “Es hora de ser feliz”. “Nos pusieron directamente contra la pared para requisarlos. Mi papá se acercó a pedir que sean un poco más humildes y discutieron. Les pedí que se tranquilizaran, estaban demasiado nerviosos, y ahí fue cuando uno me amenazó: ‘¿Querés que te esposen y te lleven a un calabozo?”.
Julito, de 9 años, estaba con su mamá en el piso de arriba. A medida que la discusión con los oficiales de la UTOI crecía, los vecinos también se acercaron y él asomó su cara para observar qué le pasaba a su mamá, a su abuelo y a su madre que se había sumado. Los tiros al aire de los perdigones impactaron en su rostro: seis tiros.

“A mi me golpearon por diferentes partes del cuerpo por nada. Si miran el video que circula verán cómo les mostraba mi billetera con la intención de que tengan mi DNI. No opuse resistencias, solo les dije que no nos maltraten”, señaló Julio.
-¿Cómo fue lo posterior, cuando se dieron cuenta de que tu hijo estaba sangrando?
-Julio: De inmediato lo llevé como pude en la moto directamente al centro de salud más cercano. Le hicieron curaciones pero luego lo trasladaron al Hospital Iriarte. Cinco días estuvo ahí mi hijo. Cuando la policía estuvo por ahí no me tomaron declaración, cuando fui al día siguiente en la Prefectura de la zona tampoco. Yo soy testigo de todo, me golpearon, pero no me preguntaron nada… solo a mi compañera. Quiero que la Justicia actúe como tenga que actuar, no pido mucho más que eso.
Julio sigue trabajando en la planta de bombeo de agua, dice que no le habla demasiado del tema a Julito para que no piense mucho en aquella escena. “No es bueno para él”, expresó. Pero al mismo tiempo el barrio está cansado de los malos tratos: “Yo sé que, en el fondo, ningún oficial quiere afectar así a un nene, pero no pueden actuar más así. No generan ningún tipo de seguridad y, es más, lo que provocan es que los vecinos les tengan miedo”.

El caso de Julito nos llevó a pensar cuál es la realidad de los nenes de su edad en este barrio. Lo primero que nos contestó Elizabeth Rubilar, quien se encarga del merendero “Es hora de ser feliz”, fue que las obras para mitigar las inundaciones son urgentes. “Acá no se vive bien, algo que ya venimos reclamando hace rato es que nuestras casas se inundan siempre que llueve”, dijo.
-¿Qué recordás del día de la represión?
-Elizabeth: La entrada de Julito está pegada a la del merendero. No esperábamos nunca este tipo de cosas, es injustificado. Acá un día se presentó un jefe de calle y se lavó las manos diciendo que son otros efectivos, que no tienen nada que ver con ellos, que son esos que andan sueltos. ¿Quién nos cuida entonces? Ellos eran de un comando especial que deberían ver quién maneja las drogas… en el merendero vienen niños, solo hay pibes que comen.
En el merendero asisten entre 20 y 50 personas, la mayoría niños y niñas, para compartir algo de lo que Elizabeth y sus compañeras pueden juntar de donaciones: “No hay más alimentos para los barrios, en general vamos viendo desde nuestros bolsillos. Hacemos mate cocido con rosquitas o tortas fritas y una olla los sábados con lo que haya”. Y remarcó:
“Nos sentimos pisoteadas por el gobierno”.

-¿Por qué subrayaste lo de las inundaciones?
-Elizabeth: Porque lo que le pasó a Julito es muy violento. Como también es muy violento vivir en un barrio que se inunda
todo el tiempo. Acá hemos amasado para cocinar con los pies en agua. Se nos arruinó el motor del freezer, la puerta del baño, y hay nenes que vienen a buscar algo con los pies mojados. Yo misma me enfermé por andar así con el frío. No veo al municipio por acá, sinceramente. Es de un gran abandono, al mismo tiempo que la Policía actúa como actúa.
Entre el intento de solidaridad, con lo que hay, el merendero trata de irradiar un faro de esperanza, un mimo que enfrente la crueldad. “Es de una enorme impotencia sentir la violencia hacia los vecinos”. Elizabeth dice que, por ejemplo, su nene de 12 años vio toda la escena: “¿Quién quiere que su hijo crezca viendo estas cosas? Él hasta quería ser policía. Andá a preguntarle ahora si quiere serlo. Cambió toda su mirada luego de lo que pasó”.


Cronología de la violencia estatal durante la cuarentena
Van cinco meses de aislamiento social, preventivo y obligatorio. Y en todo este tiempo, a lo largo y ancho de la Argentina, la represión de las fuerzas de seguridad se incrementó a la par de los contagios. Apenas un ejemplo: según informó la Comisión Provincial por la Memoria, solo en junio, la Bonaerense mató a una persona cada 40 horas. En total fueron 18 asesinatos, la mayoría de varones, jóvenes y pobres.

Esa llamita contagiosa que nunca se apaga
Cuatro jóvenes perdieron la vida en la Masacre de Monte. Las versiones oficiales, los encubrimientos de la Policía Bonaerense y la espectacularización mediática no pueden con un pueblo que reaccionó en las calles. Pibes y pibas que denuncian la persecución y los abusos de las fuerzas de seguridad y exigen justicia por Danilo, Aníbal, Gonzalo y Camila.

“Es difícil enfrentarse a las fuerzas de seguridad con una Justicia que te ningunea”
La hermana de Nicolás Vázquez, joven asesinado por un policía de la Bonaerense en 2013, cuenta cómo fue que le plantaron un arma a su hermano y quisieron simular un enfrentamiento. El efectivo Amarilla se pasó 5 años prófugo y recién ahora debe enfrentar un juicio. Una familia que soportó amenazas, encubrimientos e impunidad.