El día que Buenos Aires se vistió de guardapolvo blanco

por Maxi Goldschmidt
23 de marzo de 2017

Crónica de una marcha histórica. Postales de una lucha que emociona y contagia. Los protagonistas -docentes, alumnos y padres- y los que, mirando desde la vereda, apoyaron o criticaron la medida de fuerza.

Guardapolvos por todos lados. En los colectivos, en los bares, en las esquinas. Mucho antes de llegar al centro, en los alrededores, ya emocionaba ver docentes brotando de todos los wines, juntos, encontrándose, esperando a otros, muchos, muchísimos, orgullosamente con sus guardapolvos blancos. Esa fue la gran bandera de esta jornada histórica.

Eran las once de la mañana y faltaban horas para el acto en Plaza de Mayo, pero en Callao ya casi no pasaban autos. Caminando desde Corrientes hacia el Congreso, grupos y grupos de docentes, de padres y alumnos portaban pancartas, banderas y carteles. En la mayoría, había una leyenda en respuesta al sincericidio de Macri del día anterior. “Yo caí en la Educación Pública”, “Yo no caí en la escuela pública, la elijo y la defiendo”, “Orgullosos de caer en la escuela pública”, y así cientos, miles. Y remeras, y guardapolvos con frases parecidas.

Pero ver tanta gente movilizada, y con tal entuasiamo, a veces también suele generar una realidad que no es tal, un microclima ¿Qué pasaba con aquellos que no participaban de la movilización pero que la veían pasar delante de sus narices?

En la puerta de un edificio, sobre Callao, a media cuadra del Ministerio de Trabajo, dos hombres miraban la marea blanca. Un portero y un encargado de seguridad, con sus respectivos uniformes. Me acerqué a preguntarles qué opinaban.

-Siempre hay marchas acá- dijo el portero.

-¿Pero sabe qué reclaman los docentes, el porqué del paro?

-Sí

-¿Y qué opina?

-No sé.

El hombre de “seguridad” ni bien me puse a hablar con el portero hizo que miraba para otro lado. De todas maneras me dirigí a él y antes de que termine de preguntarle, me dijo “no opino”

-¿Por qué?

- No opino.

Enfrente, un kiosco de diarios. Apenas asomando su cabeza entre tantas publicaciones, supuse que el diariero tendría una postura más definida.

-Sí, sé que están pidiendo aumento de sueldo

-¿Y qué le parece?

-Me da lo mismo

Tras ese baño de realidad, de ver que así como había miles de personas conscientes y luchando en las calles, a metros de ellas muchas otras no entendían o no compartían esa lucha, me fui metiendo en la marcha. Ni siquiera era mediodía pero la esquina del Congreso ya estaba abarrotada de manifestantes. Por momentos, parecía un 24. Mucha familia, muchas intervenciones, muchos pibes.

Una bandera argentina que decía “Viva la escuela pública”, de lado a lado de Rivadavia, era sostenida por una docena de chicos y chicas. Lara, de ocho años, era una de ellas.

-¿Por qué marchás hoy?

-Para defender a la escuela pública

-¿Habías venido otras veces?

-Sí, miles.

A su lado, Joaquín, de nueve, también estaba convencido porque estaba marchando.

-Para defender la Argentina.

Apenas unos pasos más adelante, enfrente mismo del Congreso, un pibe remontaba un barrilete que era un lápiz gigante. La participación de tantos chicos, le dio un matiz especial a la jornada. Como así también los debates que en la previa se abrieron en varios colegios, públicos y privados, respecto a la marcha. Un ejercicio democrático pocas veces visto tan extensivamente a lo largo del país, y que ya va generando nuevos vínculos entre las escuelas y las familias.

A la altura del Gaumont, no se podía transitar. Muchos usaron el cine como punto de encuentro. Allí se armaron rondas de mates y de charlas. “Hay que sumar a los docentes privados. Tienen que ser muchos más”, proponía una maestra de Santa Fe. Un maestro le respondía: “Pero es difícil, si paran los rajan. En los privados hay mucha presión”. Otra docente, con su hija en brazos, agregaba: “También está el tema económico, mismo en la pública hubo compañeros que nos dijeron que estaban de acuerdo con la lucha pero que no paran por miedo a que le descuenten los días”. Fueron los menos, así como los docentes de colegios privados que no pararon fueron mayoría. Sobre esa grieta hay mucho para profundizar.

No sé qué dirán Clarin ni el resto de los medios, pero a las dos de la tarde, había columnas rebalsadas de guardapolvos desde Congreso a Plaza de Mayo, y también varias cuadras de ambas diagonales. La convocatoria fue histórica y contundente, y eso también contribuyó al buen clima de muchos docentes, algunos de los cuales no suelen participar de las movilizaciones. En ese sentido, el Gobierno ayudó mucho a la masividad de la marcha. Tanto los mil pesos de premio para los docentes que no se adhirieran como la foto de Hiroshima y la frase “caer en la escuela pública” empujaron a muchos de todo el país -incluso varios que votaron a Macri- esta vez a salir a la calle.

“No caeeemos, no caeemos. Nosotros a la escuela, la elegimos y defendemos”, cantaban y saltaban, abrazadas, un grupo de maestras en plena Avenida de Mayo.

De un móvil de TV con el logo de América, un hombre bajaba unos cables. Ante la pregunta de qué opinaba de la marcha, contestó: “Poca gente”.

-¿Te parece que hay poca gente? Mirá a tu alrededor.

Es que por lo que se está peleando, tendría que estar todo el país acá. Es una vergüenza lo que le ofrecen a los docentes. Y después dicen que les importa la educación.

Apilando hamburguesas y pinchando choris, Cristian era otro que no marchaba porque tenía que laburar pero que también apoyaba el reclamo de los docentes. “Igual hay que decirlo, muchos maestros votaron a Macri. No sé qué habrán pensado. Por ahí le creyeron eso de que iba a cambiar. Y sí, cambió, pero todo para atrás. Ahora hay que salir a la calle para poner las cosas en su lugar”.

La calle fue una fiesta. La lucha será larga, y ya Bullrich salió a decir que no convocarán a paritaria nacional, pero lo de ayer fue una muestra de fortaleza de todos los docentes del país. Que también saben que tendrán que lidiar con esa postura que sostiene el gobierno, los medios y, lamentablemente, mucha gente. Como Ángel, vestido de punta en blanco en la puerta del Tortoni. “Está bien que protesten, pero lo del paro está mal. No puede ser que los pibes no tengan clase. Que vayan a laburar. Que busquen otras maneras de reclamar, pero que no dejen a los pibes sin clases”.

Ya en Diagonal Norte, a media cuadra de una plaza que estuvo como en sus días más convocantes, un hombre filmaba el paso de las columnas con su teléfono. Estaba acompañado de su esposa y tres hijos.

-¿Sabe por qué es la marcha?

-Sí, y aunque no estoy de acuerdo es impresionante

-¿Por qué no está de acuerdo?

-Porque yo necesito que mis hijos vayan al colegio, se nos complica mucho. Si pudiera, los mandaría a un colegio privado, pero no me alcanza. Y con el paro lo que están haciendo es ayudar al gobierno que quiere que cada vez menos chicos vayan a la escuela pública y se pasen a la privada. No te extrañe que en poco tiempo las privadas empiecen a bajar la cuota, porque el gobierno les de más subsidios.

La Plaza de Mayo reventó de gente. Mucho antes del acto y los oradores ya no se podía caminar sin pedir permiso. Y si bien se los escuchó, y en algunos casos se los aplaudió mucho, los discursos fueron lo de menos. No por el contenido, sino porque el hecho político fue todo lo previo. Fueron las caravanas viniendo desde todo el país, las imágenes de puentes rebalsados de maestros, los carteles, las banderas, las decenas de canciones inventadas, dedicadas a Bullrich, a Macri y al “caer en la escuela pública” que ya pasó a ser parte de la historia. Como la manifestación de ayer, una gran noticia para nuestra democracia: la educación, ese universo que incluye a docentes, padres, alumnos y la sociedad toda, está siendo lastimada, golpeada y amenazada. Pero lejos de caerse, está de pie. Y organizada, dispuesta a seguir haciendo escuela.

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